'Bette&Joan', como Jack Daniel's y Pepsi

El sábado, mientras los espectadores asistentes al Teatro Juan Bravo para presenciar la obra ‘Bette&Joan’ aplaudían con fuerza a unas Yolanda Arestegui y Goizalde Núñez algo sorprendidas por el tercer bis de ovación que les brindaba el respetable, era imposible no reflexionar sobre los grandes intérpretes que se pierde el gran público por quedarse atrapado dentro de la pantalla y no comprar, de vez en cuando, no todos los fines de semana, no, sólo de vez en cuando, una entrada para el teatro. Da igual para qué obra. Para el teatro; una entrada para el teatro.

El sábado ambas actrices estuvieron descomunales en sus respectivos papeles de dos divas igualmente descomunales, Bette Davis y Joan Crawford. ¿Cuánto habría pagado el respetable si las dos estrellas de Hollywood hubiesen estado, en realidad, sobre el escenario segoviano? ¿En qué momento se habría colgado el cartel de ‘No hay billetes’? Si bien es cierto que a Goizalde Núñez es imposible no observarla de vez en cuando como aquella Lourditas de ‘Los Serrano’, incluso ahora que la televisión le brinda papeles de similar dimensión, no es menos cierto que cualquiera que asistiese ayer a ver ‘Bette&Joan’ podría pasar a ser, desde hoy, uno de los miles de admiradores que la Crawford tenía y a quienes tanto agradecimiento mostraba, dentro de su peculiar arrogancia. Por otro lado, cualquiera que asistiese a la representación de la obra en el Juan Bravo, deberá admirar, desde ya mismo, a una menos televisiva Yolanda Arestegui; bien como Yolanda Arestegui o bien como Bette Davis.

La actriz, responsable de que la historia de la rivalidad entre Davis y Crawford esté siendo llevada por las tablas de los auditorios españoles, no pudo ser más Bette de lo que fue; incluso elevando sus cejas y poniendo esos ojos redondos y saltones que caracterizaban a la estrella de Hollywood y que le valieron el título a aquella canción de Kim Carnes que se hizo popular en los años ’80. Arestegui mostró la dureza y la coraza de Davis sin titubear ni un solo momento; fue ese Jack Daniel’s que la actriz se bebía sin aderezo, sin ni siquiera hielo, mientras su compañera de cartel escondía sus debilidades en el vodka que completaba una botella de Pepsi.

Mientras Yolanda Arestegui mostraba a una Bette transparente, maleducada, brusca en sus palabras y en sus gestos, con una debilidad llamada ‘hijos’ y un mal fario denominado ‘hombres’, al otro lado del escenario, Goizalde Núñez dejaba ver a una Joan manipuladora, presumida, inteligente, arrogante, que guardaba en su infancia todo su talón de Aquiles; el punto por donde romper sus altos tacones.

Con cada uno de los camerinos a un lado y otro del escenario, separados por una pared invisible, el público pudo entender bien, gracias al trabajo de ambas actrices, cómo fue aquella rivalidad, quizás necesaria para la supervivencia detrás de las cámaras, de ambas estrellas. Por este motivo hay que darle las gracias a Núñez y Arestegui y por este motivo, quizás, ambas también merecieron tanto aplauso de un público agradecido; por mostrar cómo Bette Davis y Joan Crawford fueron Jack Daniel’s y Pepsi (con vodka), y por supuesto, por mostrarlo con tanta, al menos aparente, precisión.