Más de seiscientas personas rindieron homenaje a Julio Michel en un acto privado que reunió a gran parte de sus amigos de todo el mundo.
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Este verano sólo habrá una noche de Julio. Una única noche de Julio con mayúscula. Una noche en la que, de repente, y mientras más de 600 personas miran al cielo al mismo tiempo, una estrella fugaz cae por el Carro de la Osa Mayor para recordar a quienes creen en el más allá y también a quienes sólo creen en el más acá, que Julio está. Que no se fue. Y que ya está poniendo hilos a las estrellas para manejarlas como manejaba a aquel ratón; haciéndolas saltar cuando a él le apetezca.
Ayer, durante la única noche de Julio que habrá este verano, era un buen momento para probar su técnica, posiblemente ayudado en la misión estelar por su amigo Rod Burnett. Con casi todos sus amigos reunidos abajo, en unos de los jardines de San Juan de los Caballeros; en una noche de 14 de julio en la que quizás Lola Atance fue la única que faltó, aunque no sus palabras, que recordaron aquellos tiempos de Libélula y de París. De cuando Julio empezó a ser también Jules. De cuando la libertad, la igualdad y la fraternidad comenzaban a tener sentido.
Paloma, su mujer, la madre de un León que no muerde, de una pequeña Carmela con vocación de artista y de una Lola escondida entre bambalinas, recordó ayer, en el homenaje que parte de la ciudad, parte de España y otra gran parte del mundo le rindió, que Julio Michel "tenía imán". Así se explica que todos sus polos atrajeran hasta el lugar a centenares de personas de todos los ámbitos que no quisieron perderse el funeral convertido en fiesta que a todos nos gustaría tener y que pocos podremos.
Lola no lloró. Tampoco lo hizo la hija mayor de Julio, Anita. Ni sus amigos, que desde la música, desde las palabras, desde las fotografías, desde la poesía, desde los reportajes audiovisuales, e incluso desde los dibujos alterados o 'adaptados' del pórtico mayor de la Catedral de Santiago, recordaron al creador de Titirimundi como a él se le veía en las fotos; con una sonrisa pícara y unos ojos llenos de ilusión.
La noche de Julio fue, con toda seguridad, tal y como a él le habría gustado observarla desde la brillante Arturo; con risas, con emoción, con palabras llenas de proyectos, con magia, y por supuesto, con música de su toda su Troupé y con la actuación estelar de su Cristobita, sus gigantes y sus cabezudos.






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