Pedraza se abraza a su hogar, al calor de 25.000 velas

Lo bello suele correr un riesgo; atraer las miradas hasta convertirse en hielo, que no es otra cosa que rutina, punto de paso o pieza de museo. Algo congelado a lo que le llegue a faltar alma. Así había pasado últimamente con la noche de Las Velas de Pedraza. El cambio de ubicación del concierto permitió la venta de un mayor número de entradas, pero perdió el recogimiento de la plaza; la dejó sin silencio en esa noche de música. Su belleza, conocida ya fuera de las fronteras españolas, permitió su exposición a ojos de todos los colores, pero dejó su única puerta abierta al infinito y cerrada a la intimidad. A todo esto hay que sumarle los selfies y las réflex, ya en posesión hasta de quien las usa en modo automático y dispara continuamente con flash.

Es indiscutible que la villa ha seguido siendo bella estos años, cuando se apagaba y, como en la canción de Coldplay, dejaba que las luces guiasen a uno hasta su hogar y lo reparasen por dentro. Pero no es menos indiscutible que ayer, gracias al esfuerzo de la Fundación Villa de Pedraza, de todos los voluntarios de Protección Civil y de la Guardia Civil, el municipio recuperó calor en su primer día especial, incluso en una noche fría. Había quien se quejaba, sin razón, detenido en su paso por los diferentes filtros, de que no le permitiesen entrar en la villa; las 5.000 entradas gratuitas habían sido anunciadas con suficiente antelación como para que quien quisiera acercarse a la villa fuese previsor. Había quien protestaba fuera la falta de permisividad y quien la celebraba dentro. Sin agobios. Sin medir pasos en el camino. Sin tener que cuidar tropezar con una vela o dos, de las 25.000 repartidas en suelo, balcones, jardines y ventanas.

Mientras iba cayendo la noche sobre la localidad y llegaban las 22:00, hora del concierto de la Filarmonici di Roma, Pedraza iba abrazándose poco a poco al calor de sus velas. Había quien paseaba en modo romántico, quien mostraba a sus hijos la luminosidad del momento, quien en inglés o en valenciano comentaba la belleza del lugar, quien no dejaba de encender velas y quien las juntaba en su búsqueda por una foto con su nombre o con un corazón. La gente no iba a parar de entrar a lo largo de toda la noche en la villa, mientras en los altavoces, repartidos por sus calles sonaban Vivaldi, Respighi, Tartini, Boccherini, Schubert o Paganini.

Con la decisión de restringir la entrada, Pedraza había recuperado intimidad, calor, origen y luz. Una luz a la que aunque aún le faltaba algo de silencio y le sobraba explanada, parece encaminarse hacía lo que un día, antes de los selfies y el afán de mostrar al mundo la intimidad, fue el hábitat natural de las noches de Las Velas, su hogar; allí donde dicen que reside el calor.