A diferencia del año pasado, ambas imágenes han llegado sincronizadas al punto de encuentro y la Misa de Pascua ha tenido lugar dentro del horario establecido.
Pasaban las doce y diez de la mañana de hoy, Domingo de Resurrección, y los costaleros andaluces que portaban a la Virgen del Rocío estiraban los pies hacia arriba y daban pasos hacia adelante y hacia atrás, bailando de felicidad a la imagen, que se encontraba con el Cristo Resucitado. Dentro del horario previsto -antes incluso- evitando así palabras sobrantes en tiempo de religiosidad, ambas tallas llegaban al punto de encuentro, en el que, a diferencia también del año pasado, esta vez no había suelta de palomas al viento. Entre un pasillo hecho por representantes de cofradías y autoridades, los portadores de la Virgen y el Cristo, con la Catedral de fondo, celebraban así, con un cielo azul de pocas nubes, el día de Gloria, antes de entrar entre aplausos y ovaciones intermitentes en la Catedral, donde iba a tener lugar, oficiada por el obipso César Franco, la Misa de Pascua.
La expectación, como suele ocurrir, era máxima junto a la calle Daoiz. Devotos, turistas y curiosos, se apoyaban en las vallas; algunos habiendo acudido con reloj a la cita, otros después de haberse encontrado con la procesión de frente, y aplaudían cada vez que se oía entre onomatopeyas un "¡vamos mis valientes!" o cualquier "¡al cielo con ella!".
Antes de encontrarse, ambas imágenes habían recorrido distintas calles del casco histórico, tras dos salidas algo diferentes. Mientras para sacar a la Virgen de la iglesia de San Sebastián, el silencio sólo se había visto interrumpido por los aplausos al devolverle la corona a la talla, tras cruzar la puerta, e instantes más tarde al hacer entrega de una placa conmemorativa a la Banda de la Unión Musical, en San Andrés, iglesia de la que salía el Cristo a hombros, las conversaciones y discrepacias entre la hora a la que sacar o no sacar a la imagen, para llegar antes o llegar a tiempo, se pronunciaban lo suficientemente alto como para que quien no tenía que oírlo, lo escuchase.
Finalmente optaban por cumplir el horario previsto y ponerse en marcha a las once en punto, y así, entre el himno de España y el sonido de los tambores, una y otra procesión se disponían a llegar hasta la Plaza Mayor, donde ambas aparecían alrededor de las once y veinticinco, para ser reunidas.
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