La localidad ha celebrado un año más la festividad de las Águedas, en la que ha sido proclamada Matahombres de Oro la periodista Rosa María Calaf.
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Zamarramala amanecía en su día grande con amenaza de lluvia y certeza de un viento que, por mucho que se ha empeñado en soplar, no ha apagado la alegría de una localidad volcada con sus fiesta de las Águedas. Pasaban las 11:35 horas cuando las alcaldesas Vanesa González y Mayte Cocero aparecían en la plaza ante la espera de la alcaldesa de la ciudad, Clara Luquero, acompañada de la matahombres de oro, Rosa María Calaf, de los representantes de la Federación Española de Fibrosis Quística, nombrados Ome Bueno e Leal, de la vicepresidenta del coro Vetusta, pregonera, y del resto de aguederas honorarias.
A su llegada al lugar de encuentro con el resto de vecinos, Mayte Cocero expresaba su deseo de que los hombres sigan ayudando a las mujeres "y apoyándonos; porque entre todos podremos estar mucho mejor"; unas palabras que eran refrendadas por lo dicho anteriormente por la pregonera Teresa Sánchez Hernández, quien recordaba que "todavía hay que avanzar, pero luchando juntos hombres y mujeres lo vamos a lograr, yo soy positiva". Por su parte, la otra alcaldesa, Vanesa González, al ser preguntada por la quema del pelele y lo que iba a arder algunas horas después, afirmaba que se verían envueltos en llamas "los malos pensamientos" y reivindicaba, además de la continuación de esta tradición, "un lugar mejor en el que se igualen las cosas; hay otros países que están peor, pero aquí podríamos estar un poquito mejor".
Con estos deseos daba comienzo un ritual que se ha prolongado a lo largo de más de tres horas, y en el que además de llevar en procesión a la virgen por las calles de Zamarramala, y bailarla con un paisaje de fondo en el que, bajo el cielo gris, destacaba la presencia de Alcázar y Catedral, los vecinos que han cabido en la iglesia han ido a misa, y los que no han calentado el estómago a base de tajada. Las manos y las caras frías han podido entonarse mejor al calor de la hoguera en la que, como manda la tradición, ha ardido el pelele.
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