El centro histórico del Real Sitio celebra desde ayer y hasta mañana una nueva edición del Mercado Barroco, que cada primavera atrae a turistas y segovianos.
Pasan los años y el pasado siempre regresa a La Granja de San Ildefonso, que cada primavera vuelve a encontrar su sitio más Real en la celebración de su ya más que tradicional Mercado Barroco. Como si parte de sus habitantes cruzasen la puerta de La Reina y en el paso al frente viajasen en el tiempo, el Real Sitio recibe desde ayer y hasta mañana a sus visitantes vestido del siglo XVIII; con esas pelucas blancas de rulos perfectos, esos zapatos de grandes lazos y esos sombreros alargados de plumas que llevan los hombres. Con esos elegantes trajes de las mujeres de la nobleza, que ahora serían fácilmente utilizables para las nobles cortinas de un hotel con nombre de emperador o de rey.
La Granja recibe a sus visitantes con mirada real al frente y con la Guardia de Carlos III paseando entre policías locales de ahora. No hay caballos, pero más de un niño y de dos suben a lomos de los hombros de sus padres y vigilan desde arriba a los centenares de personas que, a medida que va entrando el mediodía, caminan más y más por la calle del Mercado. En La Granja cabe tanta gente estos días, que girar hacia un lado y encontrarse con un encantador de serpientes y su encantadora amiga al lado, no es nada extraño; algo más, extravagante.
Los olores de comida se mezclan con los olores a cuero, lavanda, a tomillo, a cualquier aroma que pueda tener un ambientador de los que se venden en los puestos. Caminar por ellos se convierte en un ejercicio de resistencia, y no sólo por toda la gente que se da cita en un lugar tan estrecho, sino porque el Real Sitio huele a especias, a carne a la brasa, a queso, a dulce, a crêpe, a pan o incluso a gominola. Y huele, de verdad que huele, por lo que acudir con hambre puede ser la mayor de las ruinas para el bolsillo de los paseantes y la mayor de las bendiciones para los tenderos, que fuera de micrófonos admiten que "la gente está un poco tacañilla".
Los pájaros vuelan domesticados y la música suena y suena de una forma que cualquiera podría afirmar que el pop tiene sus orígenes en las notas medievales. El grupo, que toca de manera espectacular, va pasillo arriba pasillo abajo captando la atención de los teléfonos móviles primero, y del público, una vez hecha la foto, después. Sus melodías recorren el puesto de tarot, los de pulseras, el de las flores de la buena suerte, el de aceites, el de jabones, el de garrapiñadas, el de bollos preñados, el de figuras de loza, el de velas hechas figuras, el de minerales convertidos en animales...
De repente, una niña se detiene frente a uno lleno de planetas de cartón y gomaespuma y lee 'Asómate al Universo'. Se asoma durante unos minutos. Vuelve a levantar los ojos, gira la cabeza hacia la derecha y ahí está: el universo Real del siglo XVIII en un sitio del que salió hace cientos de años, las calles de La Granja y su Mercado Barroco.











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