Dos días después del Día Nacional del Niño Hospitalizado, Titirimundi ha traído una obra de la compañía El Espejo Negro que, con este tema de fondo, ha emocionado al público del Teatro Juan Bravo dos tardes consecutivas.
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Coincidencia o no, la aparición el sábado y ayer domingo de la historia de ‘Óscar, el niño dormido’ en el Teatro Juan Bravo de la Diputación, dentro de la programación de Titirimundi, se ha producido apenas dos días después de que España entera se volcase, por segundo año consecutivo, con los niños hospitalizados; mandando besos redondos a todos esos pequeños y sus familiares que cada día luchan desde una cama de hospital por seguir formando parte del gran teatro que es la vida.
Coincidencia… o más bien no, por este motivo el público que llenó estos dos días el Teatro Juan Bravo salió emocionado con una historia tan bien contada, que seguro que más de uno quiso repetir. Una historia tan tierna como la canción de Conchita y sus besos redondos. Tan redonda como uno de ellos. Tan de Óscar, si existiese una categoría para el teatro, como su protagonista.
Vestidos de enfermeros y fisioterapeutas, dejando así constancia también, gracias a su implicación en la historia, de la importancia de estos profesionales en la recuperación de los pacientes hospitalizados, los actores de El Espejo Negro removieron las almas de los presentes con una historia contada a base de una gran variedad de recursos narrativos. Y es que, ayudados también por diferentes proyecciones sobre una gran pantalla, los sanitarios tan pronto ejercían de ventrílocuos y daban vida a Óscar, a su curiosa hermana Lucía, a su esperanzado padre, a su correcta madre o a una abuela que resultó ser ‘la leche’, como se ponían a cantar una de Mecano o se ponían a bailar una coreografía de un grupo de animadoras de baloncesto.
Pero no sólo eso; ‘Óscar, el niño dormido’, resultó ser una gran lección sobre las consecuencias que una fuerte contusión puede tener, sobre cómo se producen las hemorragias cerebrales, sobre cómo los cardenales y los neuroconectores pueden pelear durante meses en una batalla campal dentro de la cabeza de alguien que ha sufrido un traumatismo craneal, o sobre cómo la recuperación después de un accidente así y de meses en coma necesita paciencia, cariño y mucha insistencia.
La delicadeza con la que los actores reales cambiaban la postura de la marioneta de Óscar sobre la cama y con la que flexionaban y estiraban sus piernas explicando cómo de esa manera el cuerpo del niño no quedaría entumecido, lograban, por muchos momentos, el gran objetivo del teatro de títeres, el tremendo reto que tienen las compañías que pueblan Titirimundi: que el público olvidase que sobre el escenario había protagonistas hechos de madera y cartón, y que creyesen que las marionetas hubiesen cobrado vida. Que realmente fuesen ellas quienes hubiesen logrado despertar de un sueño tan profundo como el de Óscar.






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