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LA POESÍA DEL URUGUAYO SE SUBIÓ AL ESCENARIO DEL JUAN BRAVO

El viaje de Mario

SegoviaDirecto | 63 Domingo, 01 de Mayo de 2016 Tiempo de lectura:

Emilio Linder se convirtió en Mario Benedetti para dar vida a la obra 'Una mujer desnuda'.

[Img #33538]Escribe, a quien le cedió letras a su nostalgia, la joven poeta segoviana Elvira Sastre: “la poesía jamás te olvidará”, y quien la lee y quien lee a los poetas de antes y de ahora piensa que le faltó escribir, además, “la poesía siempre te estará agradecida”. Agradecida al dolor que dejó y a esa necesidad de deber dejar los sentimientos por escrito en forma de poema. Algo así ocurrió con Mario Benedetti, a quien el viernes trajo Mario Hernández, en el cuerpo de un Emilio Linder que recordaba tantísimo al uruguayo, que resultó difícil por momentos, y especialmente cuando sonreía con los ojos cerrados, creer que no sigue vivo.

 

El director de ‘Una mujer desnuda y en lo oscuro’ quiso, al llevar a las tablas esta obra, resaltar la época del Mario exiliado sin contar con un problema: Benedetti fue tan gran poeta, que por mucho que hubiese sido el mejor rebelde o el mejor desterrado, las huellas de sus poemas habrían sido más grandes. Inmensamente más grandes.


Por eso en el Teatro Juan Bravo, a pesar de las maletas, de una narración de un viaje llena de recursos gracias a las luces, a la entrada en escena de archivos radiofónicos de la época, a los diferentes escenarios y a una polivalente Esther Vega que tan pronto era musa como Fidel Castro, lo bello de Benedetti, la paz de Mario, pesó más que la guerra. Resultaba inevitable contener la respiración cuando la actriz, dando voz a un actor que escribía sobre un tablero y dos maletas en forma de mesa, recitaba frases como “y te juzgas sin tiempo, y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas, entonces no te quedes conmigo” o “mi estrategia es que un día cualquiera, no sé cómo ni sé con qué pretexto, por fin me necesites”. Resultaba inevitable conmoverse más por el Mario poeta que por el cansancio del Mario viajero de exilio en exilio.


Mientras tanto, Emilio Linder, Mario Benedetti, tan pronto se sentaba en una maleta a escribir, como recordaba alguna época anterior en su última noche antes de regresar a Uruguay, como se sentaba en otra maleta que representaba el asiento de un tren, como hablaba y hacía el amor con Rita, su imaginación, la que dejó libros con títulos tan increíbles para alguien en el exilio como ‘Vivir adrede’ o poemas tan maravillosos, para alguien que tiene a su mujer lejos, como el que daba título a la obra y reza que “una mujer desnuda y en lo oscuro es una vocación para las manos; para los labios es casi un destino”.

 

Un destino tan incierto como el suyo, huyendo, con el sonido del bandoneón de ‘Volver’ de fondo, de quienes le condenaban por no levantar el brazo derecho o por tener libros en la estantería que hicieron permanecer una ideología en él, pero que no le apartaron ni un momento de lo mejor que habitaba en su interior; la palabra sencilla para el concepto complejo. Quizás la culpa la tuvo el viaje, quizás las tantas esperanzas de vuelta. Él quería creer que estaba volviendo con su mejor historia. Quizás estaba seguro de que ésta jamás se habría escrito sin su peor marcha. Quizás la poesía jamás olvidará su viaje al exilio; quizás la poesía siempre le estará agradecida.

 

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