Durante buena parte de su existencia Moncho llevó lo que se llamaba entonces mala vida, pero que para los iniciados era la realmente buena. Se privó de pocas cosas y disfrutó de casi todas, así que le pega que los supervivientes le despidamos con un “descanse en paz”.
Se ha dicho con mucho acierto que era “un vago muy trabajador”, pero era mentira. Es cierto que no se pasaba el día trabajando, pero buena parte de la noche sí, y eso le impedía estar disponible cuando le requerían los seres vulgares de ficha y horario fijo. Tampoco era “trabajador”, porque el trabajo es una maldición bíblica y él disfrutaba como un enano (y esto último sí que es verdad, porque alto, lo que se dice alto, no era) escribiendo sus cosas. Y sus cosas eran, así resumiendo, todas: prosa, poesía, rima, absurdo, música, ensayo e incluso bocadillos para sus colegas del humor gráfico, el único palo que le fue negado.
Y era bueno en casi todos. Y en algunos, como cuando acometió las “noticias” de El País Imaginario, fue un auténtico creador de una escuela que perdura hasta hoy mismo con tremenda vitalidad, pese a la desleal competencia que le hacen las que llamaremos noticias reales, tanto con mayúscula como con minúscula.
Coincidimos en El Cochinillo Feroz, una publicación segoviana de vocación universal, bastante ácrata y sin jefes visibles en la que su creatividad y disponibilidad, unidas a su capacidad para la mediación y una magnífica agenda de contactos, le otorgaron un papel preminente. Y si a alguno de mis compañeros de entonces le parece exagerado esto último, que se hubiera muerto antes. Son ventajas de irse el primero, que al último le va a hacer el obituario el gato…o lo que es peor, un becario a base de copia-pegas y Wikipedia.
Como homus politicus fue un defensor de todo tipo de causas perdidas (de izquierdas, eso sí) a las que dedicó rimas, discursos y manifiestos. Si existiese un Nobel para estas actividades, su único competidor hubiese sido nuestro conciudadano Yeyo.
Fue un auténtico peterpan, un niño eterno y travieso, con un grado de optimismo perpetuo desconocido en estas rudas tierras que él eligió para vivir y contemplar desde su atalaya de la Alameda del Parral. ¿Entienden ahora el título? No, no tuvo nada que ver con Mª Dolores Pradera, su eterna, cómplice, choferesa, secretaria y amante wendy fue su Chari, a la que desde aquí y en nombre de mis compis envío el más cálido y tierno de los abrazos.
Querido Moncho, compañero del alma, compañero…







Jenaro Albarrán | Miércoles, 25 de Marzo de 2015 a las 10:23:02 horas
Moncho fué, sin duda, un ser muy "especial". Tuve la ocasión de saludarle y charlar un ratito en una terraza temporal en la Alameda, que me dejó buen sabor. Conocía algunos- varios, quizá muchos- de sus escritos y había oído, a cierta distancia, su "curiosa"voz. Se trataba, amigo y admirado Quico, de "otra" singularidad, ¿En qué lado de la barca le habrá colocado Caronte?.
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