Charlas de café

No han desaparecido las charlas de café del siglo XIX por más tertulias audiovisuales que se impongan en los medios de comunicación popular, y quizás a causa y consecuencia natural de ellas mismas. Seguimos igual de tocinos y pertinaces que en los mentideros clásicos de Madrid o Segovia, pero con mayor difusión y expansión, que todo lo mal se muestre, se vea, se oiga –dicen- y al final la buena disposición da al traste, o sea, no vale para nada;  aquí los comentarios van de boca en boca, este es un país cotorrero de corre, ve y dile. Y de esa forma no hay forma de entenderse, porque cada cual desembucha su verdad, que no es la verdad verdadera de lo que pasa, suena simplemente y nos abruma y consume sin que podamos consumir en los mercados, por falta de pasata gansa. Hay que aparentar más que ser. Da tristeza ello, y de tristeza en tristeza vamos, por lo mal que se comporta la economía ambiente. Parece que cada día hay más pobres y más indignados, por las “preferentes”  amañadas y consentidas, o porque no fluye el crédito, de modo que empresarios y trabajadores se encuentran a solas consigo mismos para autoflagelarse sin piedad. Sadomasoquismo al canto de un euro se llama la figura. Murió José Luis Sampedro, el predicador de la igualdad entre pobres y ricos, pero siguen predicando los políticos sin dar trigo, salvo Cáritas, que lo hace por el amor de Dios, cuando se trata del amor a los hombres hechos,  ya no derechos, sino curvados bajo la adversidad diaria, que no hay quien la enderece. Con perdón, no hay amén.

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