El artista Quintanilla continúa su gira por las galerías y bares segovianos. En esta última etapa, su obra se muestra bajo el titulo Arte químico en el bar Santana. Una oportunidad para conocer sus últimas creaciones entre el 1 y el 15 de febrero.
La gira de Quintanilla (Madrid, 1980) representa una despedida a Segovia, la ciudad que eligió el artista por amor y por estética. Durante los tres años que vivió en el casco antiguo, profundizó y perfeccionó su técnica. No sabe exactamente qué le influyó del lugar, la belleza del sitio, el entorno campestre o solo el frío, pero afirma haber pintado “más cuadros que en toda su vida”.
Desde hace varios años, Quintanilla observa cómo distintos compuestos químicos reaccionan unos con otros. Para el artista, “los elementos son como un hombre y una mujer, aunque sin las restricciones que hay en el cerebro humano. Solamente conocen la ley de la Naturaleza. Se unen con el impulso del instinto, se atraen mutuamente y ambos crean algo nuevo ”. Se trata de un trabajo “espontaneo”, que observa cómo los elementos químicos (cloro, anilina, cromo, hierro…) generan colores y texturas. El resultado es impresionante y va mas allá de la división típica entre abstracción y figuración.
Azules metálicos se funden con verdes, ocres, grises, rojos, naranjas… De estos matices infinitos, nacen perspectivas profundas y paisajes oxidados. Con mucha poesía, Quintanilla incorpora siluetas humanas o animales que parecen difuminados, absorbidos por la materia. Los efectos visuales obtenidos por la combinación intuitiva de los compuestos químicos recuerdan paradójicamente los cuatros elementos del mundo: tierra, agua, aire y fuego.
Esa sensibilidad de la materia despierta una sensación extraña de atemporalidad. Parece que los cuadros han vivido muchos años, que el tiempo se los ha comido. Gracias a su paciencia, Quintanilla produce en algunas de sus obras una atmósfera parecida a la de las pinturas marítimas del pre-impresionista inglés William Turner (1775-1851) o del expresionista belga Constant Permeke (1886-1952).
Sus últimas creaciones, voluntariamente abstractas, son aún más fantásticas. El pintor se arriesga a cortar trozos de obras anteriores y a recomponer otras a partir de ellas, como en un puzzle. Es un desafío a lo desconocido, un juego de doble cara, porque una vez cortado un cuadro, no hay marcha atrás. Es un camino irreversible hacia la búsqueda de magia, al mismo tiempo que una vuelta al origen de su descubrimiento, una técnica que une los colores en armonía.
Como un científico aislado en su laboratorio o un alquimista postmoderno, Quintanilla encontró una técnica original y propia que le permite crear un mundo indefinido, un cruce entre cerámica, grabado, acuarela y fotograma, fruto de una experimentación solitaria y tenaz.
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