Jardielista intruso soy
y a Jardiel imito hoy,
Enrique Jardiel Poncela,
a quien le pongo esta vela
pues sigue vela que vela
y vuela que vuela y vuela
por mi poesía en ela…
¡Hela aquí,
rodando y rondando como un beriquí.
Es mi Maestro Jardiel
y así lo trato y soy fiel
con discipular afecto
en toda suerte de metros:
silvas, romances, sonetos,
décimas, coplas, letrillas
y otras cuantas campanillas
en las que, cual un badajo
y tras intenso trabajo
me salen estas horquillas
a destajo.
Por poco casi le atajo,
pero no, soy un desastre
y al cabo me doy al traste
tomándolo de modelo
como naranja o pomelo
de buen zumo de ironía,
sarcasmo y sátira impía.
Nada que hacer; me supera
en ritmo, rima y manera.
Mi ingenio no llega a tanto
sino a pera limonera.
Amor y ardor pongo juntos,
pero es que soy un estulto
o es que padezco ceguera.
¿Ceguera por él? Pues sí.
¿Por quién otro iría a ser?
Dejémoslo al fin aquí.
Otra vez lo intentaré.
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