Los Reyes de Oriente y todo su cortejo pasean por las calles de Segovia su mágica inmunidad a la lluvia

Llevaba lloviendo todo el día. Que no lo hiciera durante la cabalgata de Reyes habría sido un milagro; y mágico no significa milagroso. Puede ser que por eso, tras salir del Alcázar después de un recurso audiovisual sobre la fachada de la fortaleza que otras ciudades deberían envidiar, Melchor, Gaspar y Baltasar, es decir, los Reyes Magos de Oriente, comenzaron un viaje por las calles de Segovia en el que pasearon por la ciudad su mágica inmunidad a la lluvia.

Ellos, y toda su corte, que aguantó heroica la decisión de no cancelar el paseo real; decisión que fue agradecida por los segovianos, quienes salieron, algunos paraguas en mano y otros no, a recibir al cortejo desde todos los puntos de su recorrido. Primero, los niños en la calle Daoíz pudieron comprobar cómo no hace falta carroza para resultar espectacular; la fuerza de quienes llevaron en andas a Sus Majestades es digna de mención y de agradecer. Donde otros vieron a Mickey Mouse, Bob Esponja, la patrulla canina o la drag queen de Vallecas, los pequeños segovianos tuvieron la suerte de observar de cerca, acompañados de sus pajes y de algo de música triunfal, a los auténticos Reyes Magos; los que la noche del 5 de enero entran en las casas y dejan regalos junto al vaso de leche y las zapatillas, en lugar de polémica por doquier.

Los Reyes terminaban de subir Daoíz y llegaban a la Plaza Mayor y seguía lloviendo. Cada vez más fuerte. La organización decidía dejar aparcadas las carrozas, y Melchor, Gaspar y Baltasar bajaban al suelo para dejarse sentir más de cerca. Los niños se les acercaban como pocas veces pueden acercarse a ellos y Sus Majestades sonreían, miraban a un lado y a otro del pasillo central y alzaban el brazo saludando. Y seguía lloviendo. Pero es curioso, y algún miembro del cortejo mandará a Oriente a quien escribe al leer esto, pero a los Reyes Magos y a todos aquellos que les acompañaban apenas se les notaba una hora de lluvia sobre sus cabezas, sobre sus ropas, sobre sus pies.

El milagro no, pero la magia estaba sucediendo y, mientras que a un lado y a otro de la comitiva todo eran paraguas, capuchas, plásticos... dentro de la cabalgata sus paseantes caminaban, tocaban instrumentos y repartían y lanzaban caramelos (los de este año mucho mejores que los de años anteriores) pareciendo ser inmunes a cada gota. Tan sólo en algún pelo largo empapado o en la punta de alguna nariz se podía cuestionar la magia.

Y así, lloviendo y caminando, caminando y caminando, y lloviendo, finalmente los Reyes, con el títere Dundu, grande y luminoso, abriendo paso, los Reyes llegaron al Azoguejo y quienes llevaban horas esperando para sentarse sobre sus piernas -bajo tres carpas un poco pequeñas- y pedirles los últimos deseos de la noche pudieron abrazarlos y confesarles sus secretos. Aunque la plaza del Azoguejo no estaba de llena como en anteriores ocasiones, Sus Majestades agradecieron la espera a quienes sí aguantaron sin inmunidad bajo la lluvia y también la compañía al resto de segovianos a lo largo del recorrido.