El patio del centro militar ha acogido el acto de fin de curso, donde se ha hecho entrega de los diplomas acreditativos a 52 caballeros afléreces cadetes de la 305 promoción de la Escala de Oficiales y a 90 sargentos alumnos pertenecientes a la XLII promoción de la Escala de Suboficiales.
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En contadas ocasiones los militares dejan algo al azar. Pero a veces ocurre, que entre el caminar al paso, el canto al unísono, el gesto coral, el punto por punto del guión o el disparo seco, que en realidad son más de seis a la vez, algo pasa que convierte el instante en, además de calculado, poético, dejando claro que en sus más de dos centenares y medio de Historia en Segovia, la Academia de Artillería, no sólo ha guardado su ciencia, sino que también se ha acercado a esa sociedad que se volvía imprescindible en las palabras del discurso del coronel director del centro, José María Martínez Ferrer, durante la celebración esta mañana del acto de fin de curso y entrega de diplomas.
De este modo se puede explicar que, mientras ese disparo seco sonaba en misión de hacer honor a la tradición, y el sol del patio de la Academia llegaba a ese punto justo y concienciado en el que, de haber avanzado un centímetro más, habría caído sobre las cabezas de las autoridades, quien miraba al cielo, recordando a los caídos, se cruzaba con un globo de niño escoltado por decenas de pájaros; uno de esos globos de helio, que venden los feriantes. Así. De repente. 225 años después del primer vuelo militar en globo aerostático, probado en Segovia, y cuya efeméride era recordada por la alcaldesa, Clara Luquero, durante su discurso, instantes antes de que ésta procediese, junto con parte de la corporación, a entregar los títulos de segoviano honorario a los alumnos que finalizan el curso.
305 promociones de artilleros de la Escala de Oficiales y 42 de la Escala de Suboficiales después, que hoy iban desfilando y recogiendo sus diplomas, la Academia hacía constar su continua evolución y adaptación, como si quisiera respaldar las palabras de Martínez Ferrer en las que éste señalaba que "los sistemas de armas que habéis estudiado irán dejando de estar actualizados y serán sustituidos por otros nuevos, que deberéis dominar". En una mañana de calor insoportable, los superiores de la Academia entendían que uno de los alumnos de segundo curso se viera obligado a abandonar filas a punto del desmayo, que una de las profesoras civiles también tuviera que dejar su posición por la misma razón o que el médico militar del centro observase de vez en cuando si alguno del resto de los alumnos era incapaz de continuar firme. Al mismo tiempo, a la alcaldesa parecía entendérsele comentar con la concejala del grupo popular, Azucena Suárez, cómo le gustaba entregar diplomas a las mujeres militares. Cada vez más numerosas en este tipo de eventos. Estos hechos, eran también parte de esa evolución y adaptación a la sociedad a la que Martínez Ferrer haría alusión instantes después, casi por azar.
Por el patio de la Academia iban desfilando, como lo habrían hecho 305 anteriores generaciones, 52 caballeros alféreces cadetes, y también los 90 sargentos alumnos suboficiales; con ellos, los valores necesarios para templar la competitividad que reina en el mundo, y a los que se refería el coronel director en sus palabras, "lealtad, disciplina, el honor, el espíritu de servicio, la capacidad de sacrificio y la ejemplaridad, que deben ser el patrimonio moral de todo militar".
De todos ellos se despedía Martínez Ferrer recordándoles lo fundamental que será a partir de ese momento la cooperación entre Armas, y después de que dos de ellos, como hecho novedoso en el acto, recibiesen el Premio Conde de Gazola, destinado a recompensar a los alumnos destacados por su alto grado de compañerismo. Rafael Cisneros y Sergio Díaz recibían este galardón, mientras que el profesor capitán Francisco Jesús Morejón era reconocido con el Premio Huelin al docente más destacado por sus valores morales, militares y técnicos, y al tiempo que, de manos de la alcaldesa de Segovia, el oficial Samuel Iglesias y los suboficiales Sergio Díaz y Antonio López, recibían los premios a los respectivos números uno del curso. Por notas, por rigurosidad... y no por casualidad.







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