El testimonio de una superviviente del antisemitismo en Europa hizo reflexionar al público que se dio cita en La Alhóndiga, para construir una sociedad en la que no se repita una inversión de valores.
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Cuando las luces de Alcázar y Catedral se apagan, frente a la Muralla, aún hay una luz pequeña que permanece encendida en Segovia, la que conmemora la existencia de un cementerio judío en el Pinarillo. La ciudad tiene muy presentes sus raíces sefardíes y por eso ayer, en la víspera del Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad, decenas de personas se dieron cita en un acto que, pese a la emoción que contuvo entre 'Ensueños' de Ossorio, dejó en la calle los aplausos y escuchó antentamente lo que algunas personas vinculadas a la cultura judía, y también una a una infancia de Holocausto, tuvieron que decir.
Sin duda a quien todos prestaron atención de principio a fin fue a Rhoda Henelde, superviviente de una época en la que su familia recorrió el mapa de Europa de devastación en duelo, haciendo lo imposible por escapar de aquello en lo que otros quedaron para siempre, para la Historia y, con suerte, para la memoria; y es que, como bien había aclarado momentos antes Miguel de Lucas, director general del Centro Sefarad-Israel, para evitar que la inversión de valores que ocurrió a principios de siglo XX se vuelva a repetir, sólo hay una receta: memoria y educación.
Rhoda Henelde hablaba, contaba cómo habían sido los contados momentos felices de su infancia, cómo había sido el dolor de la llamada que reveló a su madre que toda su familia había desaparecido en medio del nazismo, y las personas presentes en La Alhóndiga escuchaban casi sin respiración; como se presta atención a quien guarda dentro tanta tristeza como preguntas e, inevitablemente, tanta suerte de poder contar que sigue viva para transmitir un mensaje que no puede ser olvidado.
Antes, la periodista Yolanda Fernández, encargada de conducir el acto, había hecho hincapié en que "una paz duradera en Europa ha de basarse en la memoria" y en que el motivo del acto era, sobre todo, un modo de enaltecer "los valores de la convivencia, el respeto y el valor supremo de la vida". Así lo hicieron constar también Elías Cohen, vicesecretario de la Federación de Comunidades Judías de España, Uriel Macías, jefe de prensa de la Embajada de Israel en España, y el propio Miguel de Lucas. Por un lado, Cohen, alertó del surgimiento de "movimientos políticos que intentan prosperar con una agenda política del rechazo, el odio y en un futuro la eliminación del otro", y señaló que "el recuerdo no es suficiente, reivindicamos el derecho a la diferencia y la pluralidad", indicando también que "las actitudes del odio son la antesala de una tragedia".
Por otro lado, y mientras Uriel Macías mencionaba y recordaba a Edith Stein y Violeta Friedman, Miguel de Lucas se acordaba de Nietzsche y su concepto de 'superhombre'. Con una intervención breve y directa a la reflexión, De Lucas obligaba al público a preguntarse qué sentían los verdugos, cómo podían cometer esas atrocidades y si no dudaron, si no tuvieron atisbos de solidaridad. Todas estas preguntas para llegar a la conclusión de que el Holocausto no ocurrió en un país lejano, ni en una era remota; ocurrió en el país más avanzado, más culto, el país más insospechado, en un momento en el que los valores de amor y compasión se invirtieron.
Por este motivo, para que esos conceptos en los que hemos sido educados las generaciones de después no vuelvan a darse la vuelta, se organizan actos como el que tuvo lugar ayer en la Alhóndiga y que concluyó aportando luz al futuro con el encendido de una serie de velas en memoria de las millones de víctimas que hoy, a la mayor parte del mundo, le hacen pensar en esa época como una a la que se refería Rhoda Henelde "de otro tiempo, de otro planeta".







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