El Torreón de Lozoya acoge una exposición de algunos de los juguetes que han iluminado la infancia de los segovianos a lo largo de 85 años, desde el escaparate de La Infantil.
Las exposiciones con vitrinas tienen una ventaja; la muestra, al mirarla, siempre te devuelve algo en forma de reflejo. Un gesto de admiración, una mueca, un halo de interés, curiosidad... Ayer quedó inaugurada en el Torreón de Lozoya una exposición que en sus vitrinas devuelve muchas cosas; y sobre todas ellas, luz. La luz que La Infantil le daba a cada Navidad en Segovia desde 1931. Ochenta y cinco años. Toda una vida con todas sus infancias.
Aunque estuviese abierta todo el año, como toda juguetería, La Infantil iluminaba las caras de cada generación que miraba a su escaparate, y por eso, ayer, la ciudad incorporaba una tardía luz a su inventario de Navidad, que en este 2016 se había apagado y para la que su último generador, Gregorio Garrido, aún ayer escribía al aire una carta a los Reyes, o a la alcaldesa y los diputados, con voz entrecortada por la emoción: "Hago un llamamiento al Ayuntamiento y a la Diputación para que hagan un museo permanente para esta colección; no quiero que llegue el día 15 de enero, meter todo esto otra vez en sus cajas, cerrarlo y no volver a abrirlo hasta dentro de 15 años". Seguramente, si del público que se dio cita ayer en el Torreón de Lozoya dependiese, las manos de todas las muñecas se levantarían mostrando su voto a favor.
El último propietario de la juguetería recordaba a su abuela y su madre mientras invitaba a los asistentes a recoger, desde las vitrinas, con un simple vistazo, sus infancias, las de sus padres e incluso algunos las de sus abuelos. Y es que en las Salas de las Caballerizas del edificio, el tiempo galopará estos días entre el trapo de algunos, la chapa de otros y la madera de muchos. Habrá quien recuerde sus primeras recetas gastronómicas, quien vuelva a vacíar las maletas de las memorias y viaje en coche o cochecito de muñecos, en avión, en fórmula uno o incluso en coche de bomberos. Habrá quien haga sonar en su cabeza las melodías imposibles con las que deleitaba a familia y vecinos, tocando un pequeño acordeón o un machacón tambor. Habrá quien se deslice en patinete por la calle por la que hizo camino en la vida y quien aún huela el mar de la playa en la que construía castillos de arena. Habrá quien tropiece con tardes en el parque y quien crea teledirigir la infancia de su hijo hacia la que fue la suya.
"He reconocido una muñeca" le decía una mujer a otra que le contestaba, como habiendo recogido también alguna rabieta: "como mi madre siempre decía que había que compartir, cuando venían mis primas se llevaban todo". Mientras tanto, en la sala de máquinas otros pocos echaban carbón a la cabeza y se subían a un tren que, quizás, con toda seguridad, quién sabe, les hacía girar una y otra vez sobre aquellas tardes de Navidad en las que pasaban delante del escaparate de La Infantil y una luz se encendía en sus ojos.
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