"Tal vez si Freud en lugar de leer a Sófocles, hubiera leído a Pinocho habría inventado el complejo de Geppetto", bromea el cineasta italiano Roberto Benigni. Julio Míchel, de profesor titiritero, ejerce de Geppetto cada primavera durante unos días en Segovia. El director de Titirimundi, desde su pequeño despacho y ayudado por un ejército de voluntarios, mueve los hilos de la ciudad: Utiliza el patrimonio como escenario, juega con las calles y las plazas. "Este festival es a mi imagen y semejanza", reconoce.
PREGUNTA.- Como padre de la criatura, ¿Cuáles fueron tus expectativas a la hora de crear Titirimundi?R.- Creé este festival porque es el que me gustaría encontrar a los lugares a los que voy a actuar. Ofrece calidad humana, entorno, hospitalidad, la participación de la ciudad, el contacto entre las compañías, que conviven estrechamente durante una semana, los espontáneos… Este festival es a mi imagen y semejanza. Tiene un abanico amplísimo de formas, estilos, géneros… Lo mínimo que exijo es calidad.
Titirimundi genera un impacto importante en la ciudad, algunos restaurantes contratan a gente sólo para este festival. Pero a mí me interesa más el impacto cultural. Existimos seis días, y luego esporádicamente, a lo largo del año, sin subvenciones.
P.- Tras 27 ediciones, se puede decir que Titirimundi se ha hecho mayor
R.- No hice nada para que así ocurriera. Sí tenía claros los objetivos: Hacer un trabajo en pro de la difusión del teatro de títeres. Porque estaba muy harto de todos los prejuicios de esta forma de arte. Yo mismo me dedico al teatro de títeres [dirige la compañía Libélula]. Prejuicios tan alejados de la realidad que parece increíble. Son prejuicios injustos. La intención era seducir y desengañar a la gente a base de mostrarles espectáculos impactantes. Producir como una especie de revelación que transformara su concepto del teatro de títeres y ganarles como público. Y ocurrió. Ocurrió por tener las cosas muy claras. Supe transmitir, llegar a un desierto cultural y la ciudad me escuchó, sedienta de que ocurriera algo. Tuve la suerte de introducirme en los ambientes del mundo de los artistas plásticos.
P.- Porque el festival no siempre fue grande ¿No?
R.- Desde el primer año ocurrió un fenómeno curioso. No hubo ni el menor reflejo en la prensa local. En el año 85 vino a inaugurar el festival el presidente de la Junta de Castilla y León, entonces Demetrio Madrid y el consejero de Cultura. El fenómeno era que venía el presidente de la Junta. Nunca más volvió a venir a inaugurarlo.
Entonces era impensable ganar dinero con el teatro de títeres. Curiosamente, se llenaron todos los espectáculos: en el cine Las Sirenas, en San Quirce, en San Nicolás y en el cine Victoria. Impactó. La Casa de los Picos era un hervidero cultural. Consigo sensibilizar a un sector de la población para que se acercara. Aposté fuerte. Sabía que si el público lo veía me lo iba a ganar a mi causa. Y así ocurrió.
Los corrillos en la calle eran diminutos, de 30 ó 40 personas. Luego empezamos a utilizar los patios. Empiezo a aportar como idea novedosa utilizar el patrimonio como escenario, a jugar con la ciudad. Patios como el del Marqués del Arco se abrieron para nosotros. Golpeó las conciencias. Se produjo un impacto emocional. Desde la primera edición salió la cosa muy bien…. Hasta que el tercer año nos retiraron las subvenciones.
P.- ¿Qué pasó?
R.- Siempre ha sido muy importante preservar la independencia del festival: El que dirige esto soy yo, yo doy la rueda de prensa. Era importante para mantener al margen la instrumentalización política del evento.
Nunca más dejé a un político subirse al escenario a inaugurar el festival. Ya después fueron personalidades destacadas del mundo del teatro, la literatura, el arte… [Este año el pregonero fue Gustavo Martín Garzo, premio nacional de narrativa]. Un político es un mero administrador provisional de la cosa pública. Una de las claves para que el festival exista es esa independencia absoluta.
En el año 87, un mes antes de que empezara el festival, se retiraron las subvenciones, porque no dejé meter mano a los políticos. Se hizo sin dinero. Muchas compañías renunciaron a cobrar y se alojaron en casas particulares. El festival desapareció hasta el año 90.
P.- ¿Cómo volvió a resurgir?R.- Yo ya había renunciado a ello cuando Fernando Ortiz, del Mester de Juglaría, que entonces trabajaba en la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Segovia, me animó. El festival se retomó de manera humilde, modesta. Contó con el favor del público. La primera gran cola que yo ví en el Teatro Juan Bravo recién restaurado fue para el espectáculo de Gioco Vita.
Ya en el 87 hubo un espectáculo, 'El Castillo de la Perseverancia', de Gioco Vita, que se hizo en la iglesia del Seminario, un auto sacramental. Ana Zamora aún lo recuerda. Titirimundi había resurgido.
P.- ¿Y qué ha pasado desde entonces hasta ahora?
R.- A partir de ahí, en los últimos 15 años, ha subido como la espuma. Se ha convertido en un fenómeno sin promoción exterior, se promociona solo. Hoy día, Titirimundi se ha estabilizado, porque es muy difícil crecer más. El teatro de títeres tiene su dimensión. No es el rock & roll. Son actuaciones intimistas, con el público cercano, por eso se hacen tantas funciones por toda la ciudad.
P.- ¿Hacia adónde va el espectáculo de títeres (y Titirimundi con él)?
R.- ¿Hacia adónde va? Es totalmente imprevisible. El titiritero es un artista que es hombre de su tiempo, está continuamente cuestionando su trabajo, buscando nuevos caminos, nuevas formas de expresión. El titiritero tiene algo bueno y es que no ha olvidado sus raíces.
Conviven el Polichinela de Nápoles, del siglo XVI, con el Punch & Judy, del XVIII inglés. Son dos géneros vivos que nos han llegado con toda la vigencia. En España están el Betlem de Tirisiti, de Alcoy, y la Tía Norica de Cádiz, más testimonial. Portugal conserva Os Bonecos de Santo Aleixo, del siglo XIX, que son una joya del patrimonio teatral mundial. Han sabido transmitir su emoción y su verdad a lo largo de los siglos. Los Bonecos han conseguido traspasar los siglos. Me parece prodigioso.
El teatro de objetos recurre a todos los lenguajes teatrales. Es un laboratorio del que puede surgir cualquier cosa. Es de una riqueza extraordinaria. Se mezcla lo artesanal con lo más vanguardista, la danza, la música, el teatro. Es un espacio tan creativo. Está en la vanguardia del teatro. Grandes directores contemporáneos de teatro recurren al títere.
Otra cosa buena que tiene el titiritero es que su espíritu sigue siendo popular. Sigue llegando a todos los públicos. Puede estar en las vanguardias artísticas y conectar con el espíritu popular al mismo tiempo. El género mantiene los pies en la tierra y las raíces presentes. Es itinerante, nómada. Es compatible hacer un espectáculo contemporáneo y clásico, de raíz.
P.- ¿Te imaginas un Titirimundi sin subvenciones?
R.- La crisis obliga a reducir el número de compañías participantes. Hemos recortado un 30% respecto a hace dos años. Me imagino un festival absolutamente diferente. No podríamos permitirnos traer compañías extranjeras. Sí pidiendo favores. Algo que se puede hacer gracias al prestigio del festival y a la hospitalidad a los artistas. Tendría que ser de toro tipo. Las compañías de calle tendrían que pasar la gorra. Sería con otra organización, pero factible. A mí me resulta factible hacer una calidad mínima aprovechando pasos por España, claro que lo concibo. También habría que pedir a la sociedad segoviana que se implicara realmente con una implicación seria, real, activa.
P.- A menudo muchos espectadores se quedan sin entrada en Titirimundi. ¿Qué se puede hacer para solucionarlo?
R.- El éxito es tal que en cuanto pones las entradas a la venta, se agotan. Los más aficionados van a la taquilla. En cuatro días, todas las entradas de Hugo e Inés se habían agotado. Yo mismo tenía compromisos que no puedo cumplir. Los aforos son muy limitados. Es un gran problema de protocolo. Si los títeres pudieran hacerse en un campo de fútbol, pero la energía tiene que fluir. A mí me gustaría poder dar soluciones, pero los aforos son los que son.
P.- Segovia destaca por su programación cultural. Pero todo es mejorable. ¿Qué echas de menos a nivel cultural en Segovia?
R.- Echo de menos de verdad que haya una política cultural bien definida y clara. La sensación que uno tiene es que, salvo acontecimientos puntuales que van jalonando el calendario, lo que se hace es a salto de mata. Hay que definir claramente lo que se quiere y apostar firmemente por ello. Eso daría consistencia a todo el proyecto cultural de la ciudad para que sea sólido, coherente, que sepa uno a qué atenerse. Pero quien no tiene que definirlo son los políticos. Nunca.
P.- ¿Son malos tiempos para la lírica?
R.- Los tiempos que corren son muy creativos. Hay genios sueltos desatados por todas partes. Con las nuevas tecnologías, te asomas a lo que hay por el mundo.
P.- ¿Algo más que añadir?
R.- Para Titirimundi el futuro radica, por supuesto, en que las instituciones nos sigan apoyando. Pero sobre todo, en gozar del apoyo del público. Una Plaza de San Martín llena es tan valiosa como una subvención del patrocinador. Eso es lo que da sentido al festival. Y tiene que haber políticos que sepan leerlo.
www.titirimundi.com
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